A veces, cuando estoy haciendo cosas muy aleatorias, me viene a la mente una cosa. Ostras, que soy madre. Tengo un bichito inquieto que se pasa todo el día intentando contarme cosas y estirándome la mano para que vaya con ella a donde sea que quiera jugar. Y entonces también caigo en la cuenta de que mi marido es padre. Y ya se me revoluciona la vida. Pero una cosa sí que puedo decirte ahora y con toda convicción: hacer vacaciones con niños ya no es lo que era. Antes de tenerlos, se entiende.
Hacer vacaciones o tomarte unos días de relax absoluto es algo que hay que hacer sí o sí. Al menos una vez al año. Pero, si quieres que te sea sincera, hacía años que mis vacaciones no eran como lo han sido este.
Y es que ya no solo me han removido toda la vida, sino que me han removido como escritora y como persona.
Hoy me quedo en un ámbito un poquito personal, pero sin abandonar lo que define este blog. No te voy a hablar de diseño, pero sí que te quiero hablar sobre productividad y sobre pasar un poco de tiempo contigo misma.
La de que te planificas para nada
Tu día tiene 24 horas como el de los demás. Te levantas, te arreglas y ya tienes todo el plan en tu cabeza.
Primero, limpias la cocina, planificas la comida del mediodía y haces todo lo necesario para tener luego la cabeza un poco más libre. Para hoy tienes una lista larguísima de cosas por empacar y muy poco tiempo para ello.
Despiertas a la niña, la arreglas y la llevas a la guarde. Hmmm, hoy está un poco más quejica de lo normal.
Pero tú tienes un plan para hoy: tienes que empacar ropa por 2 personas y cosas de la casa por 3, ir a comprar pañales, cocinar y limpiar la cocina y planificar las redes para la semana que viene. Son las 8 de la mañana y tienes que tenerlo todo listo hasta las 2 de la tarde.
Vale, bien.
Dejas a la niña en la guarde y ya vas siguiendo el plan en la mente de camino a casa para ponerte manos a la obra desde que llegues.
Pero no llegas, porque la chica de la guarde te escribe que la niña tiene fiebre.
¿Fiebre? ¿Mi hija? ¿Hoy? ¿Estamos locos?
Pero sí, sí que la tiene. Así que te devuelves mientras deshaces todos los planes que tenías en la mente y te preguntas cómo demonios vas a hacerlo todo con una niña febril en casa. De alguna manera, te dices. Porque no hay de otra, ¿no?
¿Te suena? Es el día a día de una madre con niños pequeños. Así comenzaron nuestras vacaciones. Una ya sabe que, organizarse y tener un plan para estas cosas es un poco pérdida de tiempo porque no suelen salir como necesitamos.
Mi consejo para estas fases: replanificar. Las tareas NO están labradas en piedra, se pueden tachar, reorganizar y compartir.
Y si el viaje empieza siendo un desastre, ¿qué?
Te mentalizas, porque no estás dispuesta a que las vacaciones sean un desastre completo, ¿verdad?
Pero la realidad del asunto es que tu marido ha estado resfriado al principio de la semana y que no solo se lo ha pegado a tu hija (que se te pega a la pierna como una lapa mientras tú intentas llenar una maleta de ropa para ambas), sino a ti también.
Así que nada, te das una hartá de aspirinas y rezas porque se te pase lo antes posible.
Y te vas de vacaciones, porque eso es lo que toca.
Pero el viaje comienza siendo una locura: el primer viaje en coche la pequeña se lo llora el 40% del tiempo y al llegar, todo es tan emocionante que no hay siesta ni comida que valga. Si tienes niños, sabes por dónde voy. Toda la noche llorando por hambre.
Y, claro, seguimos sumándole cosas al resfriado de la familia.
El resultado es levantarnos el domingo (digo levantarnos porque no dormimos demasiado ninguno) y tener la necesidad de regresar a casa. Porque ya no aguantas más.
Pero te dices que tan terrible no puede ser y que, si regresas, estás sentada sobre los gastos. Así que mejor nos vamos todos como estamos.
Y llega el lunes y te sorprendes de varias cosas: que la noche ha sido de 100%, la peque ha dormido del tirón y no se ha despertado ni una vez, que tu marido está más fresco que una rosa y de buen humor, que la niña ya no está resfriada y que tú te sientes como nueva.
Así que esto, que se puede aplicar para todo en la vida, me sorprendió un montón: a veces las cosas comienzan siendo un desastre, pero eso no significa que terminen siéndolo.
Cuando el tiempo para reír es insuficiente
Pero entonces comienzan de verdad las vacaciones y te das cuenta de que todo lo que te rías y disfrutes con tu familia siempre te sabrá a poco.
Porque pocas cosas más bonitas en el mundo hay que ver a tu hija sonreír, reír y disfrutar de algo que pensabas que no iba a disfrutar.
Es aquí, llegadas a este punto, que deberías de hacer lo posible por desconectar. Dejar de pensar en el trabajo o en lo que tienes que hacer. Una buena técnica para esto es no llevarse la agenda (o, si te la llevas, dejarla en un cajón para no verla todos los días). Yo decidí no llevármela porque me imaginaba que no iba a tener tiempo de sentarme a planificar nada.
Así que se quedó solitaria en casa.
Y, ¿sabes qué? Que no la eché de menos en ningún momento. Y estuvo bien así.
Pude disfrutar de todo lo que me rodeaba, pude reír, disfrutar, sentirme bien e incluso mal o enfadarme sin tener más presión que esa: el ahí y ahora.
Y creo que esta es una de las cosas que más nos cuesta hacer cuando somos emprendedoras (si eres mamá, estoy segura de que tienes el añadido extra). Así que te animo a que lo pongas a prueba: la próxima vez que tengas vacaciones, de las de verdad, deja la agenda en casa. E incluso el ordenador, si puedes. Aunque solo sean unos días.
Inspira hondo, llénate los pulmones de ese aire. ¿Lo notas? La libertad del no tener que hacer algo.
Si hay algo que haya aprendido en estos días de desconexión y que me gustaría compartir contigo es lo siguiente: desconectar del todo es una fuente de inspiración.
Desconectar del todo para que te lleguen las ideas
Suena un poco confuso, ¿verdad? Desconectar para que te lleguen las ideas. Irte de vacaciones obligándote a dejarlo todo atrás para volver a pillar el toro por los cuernos.
En realidad, es algo muy sencillo. A veces nos ofuscamos tanto en que algo funcione de una manera concreta, que nos adentramos en un vórtice de destrucción. Todo se convierte en un círculo vicioso que nos atrapa y no nos deja en paz. No tenemos tiempo para hacer lo que ha de ser hecho, así que nos seguimos llenando las agendas de tareas pendientes que no nos dejan ver más allá.
Y esa es la gracia de la desconexión. Vivir el momento en presente, sin preocuparte de todo lo que tienes que hacer, del lanzamiento de tu próximo libro o de la planificación del año siguiente.
Los primeros días son los más difíciles. Es como una desintoxicación. Pero una vez pasado ese periodo de tiempo, la cosa remonta. Va cuesta arriba. Y comienzas a ver con algo más de claridad.
Por supuesto, desconectar no significa que automáticamente tengas que desechar cualquier pensamiento sobre trabajo que te aborde. A lo mejor esa desconexión te ayuda a ver todo con un poco más de perspectiva, a ver dónde se está fallando, dónde necesitas ayuda o qué proyecto estaría bien dejar.
Uno de mis lemas favoritos es el siguiente: no por haber hecho siempre todo de una manera significa que vaya a funcionar siempre. A veces, aunque duela, hay proyectos que debemos dejar ir o mirar desde un ángulo completamente diferente.
Lo que tú te llevas de tu descanso es cosa tuya
Claro, yo hoy he venido a contarte mi experiencia y este es uno de esos artículos en el blog que le interesarán a los que menos. Pero a veces también está bien. Estoy segura de que, en unos meses, me servirá a mí también de recordatorio y me hará reflexionar de nuevo.
Porque yo todavía tengo resaca emocional de las vacaciones, aunque ya hayan pasado 2 meses.
Al final, lo que tú te llevas de tu descanso es cosa tuya.
Puedes intentar desconectar y poner distancia entre tus proyectos y tú. O puedes pasarte el día ofuscándote como lo hacías en casa, cambiando solo el escenario.
La decisión que tomes es la tuya y de nadie más y estoy segura de que, de alguna forma, es la correcta en ese momento.
Pero recuerda que tomarse un respiro es necesario y que puedes hacerlo sin creer que todo se va a desmoronar porque no estés.
La vida sigue, los días pasan y, si tú te marchas de vacaciones, tus proyectos seguirán encima de la mesa cuando regreses.
Te recuerdo que hace algunas semanas salió mi nueva novela Nuestra historia en la tormenta y que la puedes comprar a través de Amazon. Estos artículos no le gustan ni al algoritmo, ni a algunos visitantes a la página. Pero si tú eres de las raritas como yo, que le gusta leer que otras escritoras, emprendedoras y mamás se sienten igual, entonces puedes pasarte por otros artículos de la misma categoría: como éste, en el que te hablo de descubrir tus habilidades o este otro en el que te hablo sobre la culpabilidad en las mujeres.
2 respuestas
Pues yo soy de las raritas que me lo leo todo porque creo q todo es importante y de todo y todos se aprende y me gusta dejar mi comentario aunque sea cortito porque esa retroalimentación es un estímulo para el que escribe.
Vacaciones con niños no es jamás lo que eran cuando se hacían sin ellos pero para mi al menos aun con todos los percances y trabajo extra que conllevan no las cambiaría por nada del mundo. No hay felicidad mas grande que disfrutar de las alegrías de nuestros pequeños. El tiempo vuela y disfrutar esos momentos mientras podamos no se paga con dinero.
Nadie ha dicho que sea malo, claro. Pero que ya no se descansa como se descansaba antes, es cierto también. Aunque, la verdad, ya nunca se descansa como se hacía antes jajaja.