¿No te da a veces la sensación de que, cuando te conviertes en mamá, da igual lo que hagas y cómo lo hagas, siempre lo haces mal? Sentir culpa como madres es normal en algunos casos, pero sentirse culpable todo el tiempo es agotador.
Desde que me adentré en el mundo de la maternidad me he dado de bruces con varias cosas que me han llamado demasiado la atención. Pero, sin duda, la que más me ha sorprendido, es la facilidad con la que me siento culpable en cualquier momento siempre y cuando tenga que ver con mi hija.
No creas que todo es culpa tuya
Hasta los 14 meses, a mi hija nunca le dio fiebre. Ni siquiera le subía la temperatura. No le pasaba con las vacunas, ni con los resfriados. Cuando cumplió los 15 meses de vida se nos vino una ola de fiebres de varias semanas. Nunca fueron más de 24 horas seguidas. Ni le subía la temperatura a mucho más de 39°. Pero ahí estaba. Y las noches eran acordes al ánimo que había en el día.
Una de las cosas que no te vienen en el manual de instrucciones sobre cómo ser madre, es la cantidad de vueltas que da la cabeza.
Así que ahí me pasaba yo las noches. Acostada en el sofá o en la cama, mirando al techo. Contando los minutos hasta que la peque volviese a llorar mientras se menea para, al final, seguir durmiendo. Sin pegar ojo. Preguntándome qué he hecho mal para que le de fiebre.
De seguro fue la piedra que se metió el otro día en la boca. O la rama que chupeteó en el jardín. A lo mejor le ha sentado mal la comida de ayer. Eso, por no haberla dejado dormir la siesta hoy.
Y mientras más tiempo paso contemplando el techo, más absurdos se vuelven los motivos. Pero, la realidad es que, sea cual sea: siempre ha sido culpa mía. Porque YO he hecho algo mal y la niña se me ha revuelto.
Qué tontería, ¿no? Suena como si la enfermase a propósito.
Por supuesto, ese no es el caso. Ni mucho menos. Pero el creer 24/7 que las enfermedades de la niña con culpa mía, eso es así. ¿Sabes tú dónde está el botón para apagar el sentimiento?
Desde que soy madre, además, este sentimiento se ha mudado a muchas otras áreas de mi persona.
Es la impostora la que te habla
Si te has sentido un poquito identificada con la historia anterior, entonces sabes de qué estoy hablando. O, mejor dicho: de quién.
De la impostora.
De esa que va contigo a todos lados. La que te habla cuando menos lo necesitas. Esa a la que le encanta decirte lo poco que vales cuando tú sabes muy bien que está mintiendo.
Vamos, la que te dice que tú siempre tienes la culpa de todo.
Por supuesto, quien te hace sentir culpa en estos casos es tu impostora. Su voz en tu cabeza se parece sospechosamente a la tuya, pero sabes que tú jamás te dirías esas cosas tan feas. Y, sin embargo, te las dices. Porque la impostora siempre está ahí, aunque te esfuerces a diario por mantenerla a raya.
Pero eso es lo importante: mantenerla a raya.
Aunque tu impostora tenga una voz parecida a la tuya, no significa que tengas que hacerle caso. ¡Al contrario! Utiliza todas tus fuerzas para demostrarle que sí que puedes conseguir lo que te has propuesto. A veces ayuda hablar con ella y preguntarle que qué ocurre si no lo consigues. ¿Cuál sería el problema? ¿Qué pasaría contigo si no lo consigues, si fracasas? Estoy segura de que tu impostora no sabría darte una respuesta tampoco.
¿Sabes por qué? Porque ella está ahí para hacerte dudar. Para hacerte sentir eso: una impostora. Pero no tiene ni idea de qué pasa si de verdad llegas a fracasar.
En caso de que eso ocurriese, ¿sabes que sería lo peor? El fracaso en sí, por supuesto. ¿Y lo mejor? Poder aprender de ello.
Fracasar es una oportunidad para aprender a hacerlo mejor. Mucho mejor.
Aprender a que no te moleste lo que piensen los demás sí se puede
Estoy convencida de que una de las razones por las que la impostora nos visita es porque le damos demasiado valor a lo que puedan pensar los demás. Y creo que esto está también un poco relacionado con el sentir culpa.
Si voy a publicar un libro y lo hago, me da miedo fracasar. Si fracaso, los demás pensarán que soy una perdedora y que no valgo para nada. Y, como no valgo para nada, la voz en mi cabeza me lo recordará cuando quiera publicar un segundo libro. Así que no publicaré ese segundo libro porque, total, volveré a fracasar. Pero no escribir me genera un sentimiento de culpa porque, lo que yo quiero, es escribir libros.
De escribirlo se me pone la piel de gallina. Promesita.
¿Te sientes identificada? Si es así, puedo decirte que no estás sola. Nos pasa a muchas. Demasiadas.
Y también puedo decirte que el luchar contra esa voz en tu cabeza se puede entrenar. No es fácil, pero se puede conseguir.
¿Por qué tiene que resultarte importante lo que digan los demás sobre lo que haces o cómo lo haces? Lo que de verdad tiene que importarte es que hagas lo que de verdad quieres hacer, lo que te hace feliz. Y fracasar no es nada malo, al contrario. ¡Puedes aprender mucho del fracaso!
Así que, cuando tu impostora venga a decirte que no vale la pena seguir publicando libros porque fracasarás, dile que eso no te importa. Si ves que todo sigue igual, cambia algo. Analiza qué has estado haciendo hasta ahora y qué puedes hacer diferente. Probando se aprende y se mejora. Demuéstrale a esa voz que sí que puedes conseguirlo y sí que vale la pena.
Demostrándoselo a ella, además, estás ganando en confianza y eso hará que cada vez te importe menos lo que diga tu impostora o los demás.
Total: da igual cómo lo hagas, siempre lo harás mal
Esto es algo que he aprendido en la maternidad y me llevo al resto de mi vida como mujer.
Da igual lo que hagas, siempre lo harás mal (para los demás).
Si le das el pecho a tu bebé, no va a dormir la noche entera. Si le das el biberón, le has arrebatado lo más valioso de tu leche. ¿Lo dejas dormir en tu cama? Lo estás malcriando. Si lo dejas dormir en su dormitorio, eres una madre muy egoísta. Si lo llevas siempre en brazos, no aprenderá a ser independiente. Y si lo dejas hacer lo que quiera, no tiene control…
La lista es interminable. Pero ¿te has dado cuenta? Sea lo que sea, siempre habrá quien te critique. Es por eso que, al final, la decisión es tuya. Y como lo hagas está bien porque es como había que hacerlo en ese momento.
Y la verdad es que, a veces, esos comentarios ni siquiera vienen de otra persona. Vienen de nosotras mismas.
Como siempre digo, la vida es cíclica. Igual que hay ciclos más productivos que otros, también los hay en los que somos más fuertes a nivel mental que otros. Pero lo importante en este caso es mantenerse en continua lucha con nuestra impostora. Y, cuando digo lucha, me refiero solo a no dejarla ganar.
Cómo la enfrentes es cosa tuya. A lo mejor, antes que intentar demostrarle lo contrario a lo que dice, prefieres invitarla a café y galletas y hablar con ella de forma racional. O la invitas de forma amistosa a que vea que lo que haces sí que vale la pena.
Da igual cómo lo hagas. La cuestión es que lo sigas haciendo.
2 respuestas
El síndrome de la impostora es una percepción que viene de nosotros mismos, por eso entiendo que lo mejor es hacer lo que consideres correcto tanto a nivel personal como profesional y seguir con la cabeza en alto segura de que has hecho lo mejor, porque supongo que si lo has hecho es porque así lo entendías. Ponerte un impermeable bien grueso contra las críticas, sobre todo las destructivas y seguir adelante. Lamentablemente hay personas que como quiera que lo hagas lo van a encontrar mal, pero esas personas no están en paz consigo mismas y por ende tampoco con el mundo. La vida no es color de rosa y alcanzar lo que nos proponemos tampoco se consigue sin muchísimo trabajo, pero creo que mas que ofuzcarnos con alcanzar llegar a un destino, deberíamos procurar disfrutar el camino. Al final se llega a un buen destino, si te lo has currado, tanto a nivel personal y familiar, como profesional.
Así pienso yo también. Tener siempre und destino al que llegar es importante, pero más importante todavía es disfrutar del camino y ser consciente de que se avanza, aprender lo más que podamos de lo que vivimos y no agobiarnos con solo «llegar» a puerto. Gracias por tu comentario 🙂